Miniguía para entender el año viejo

El año que se va no podría entenderse a cabalidad sin conocer el significado de algunos términos que en estos doce meses debutaron o adquirieron una connotación especial, en medio de la coyuntura noticiosa. La lista podría ser muy extensa, pero vamos a resumirla, antes de que nos coja el primero de enero en estas.

Chicunguña: también conocida como artritis epidémica, es una forma relativamente rara de fiebre viral causada por un virus transmitido por la picaduras de mosquitos infectados. En países poco precavidos en cuestiones sanitarias —como Colombia— puede superar los 80,000 casos registrados en cuestión de meses.

Desescalar: disminuir la cantidad e intensidad de las acciones de los integrantes de un grupo guerrillero contra la fuerza pública y la ciudadanía en general, en aras de ganar credibilidad en medio de unas negociaciones de paz.

Ébola: Virus que produce en el ser humano fiebre, dolores musculares, vómitos, diarreas, hemorragias y destrucción de los tejidos internos. Pese a que fue detectado hace casi cuarenta años en África, y a que sus brotes tienen una tasa de letalidad de hasta un 90%, este mal sólo se convirtió en noticia en 2014 cuando resultaron infectadas algunas personas de Estados Unidos y Europa.

Hacker (versión colombiana): persona cercana a una campaña presidencial, que trabaja para un partido de oposición, a cuyo candidato le suministra información de seguridad nacional, que este considera irrelevante.

Hacker (versión internacional): técnico especializado en interceptar correos de famosos, de cuyas cuentas sustrae fotografías íntimas que luego se hacen públicas en las redes sociales. Ver ‘selfie’.

Llanto: Efusión colectiva de lágrimas acompañada de lamentos y sollozos, que se produjo luego del partido en el cual la Selección Colombia quedó eliminada de la Copa Mundo Brasil 2014, tras jugar —curiosamente— contra el anfitrión del campeonato.

Mechas: señora que le dio a Juampa el empujón que le permitió derrotar a Zurriaga en el último tramo de la carrera presidencial.

Medida cautelar: acción adoptada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos con el fin de suspender la destitución del Alcalde Mayor, ordenada por el Procurador General.

Papaya: nombre de la intrépida operación militar adelantada por un general de la República en zona roja de orden público para pedir su retiro del servicio activo.

Perseguidos: conocidos también como ‘buenos muchachos’, son políticos o empleados del Estado con deudas pendientes con la justicia, que deciden buscar refugio en otro país, para evitar la acción de las autoridades. Aunque inicialmente se aplicaba a personajes cercanos a un exmandatario antioqueño, en 2014 también hubo funcionarias públicas que se acogieron a esta figura.

Selfie: fotografía que alguien se toma a sí mismo y que puede terminar en poder de la persona equivocada, tal y como lo pueden atestiguar la actriz Jennifer Lawrence y varias estrellas más de Hollywood. Ver ‘hacker’.

Suicidio: Acción o conducta que perjudica o puede perjudicar muy gravemente a quien la realiza. En 2014 fue la causa de la muerte de importantes figuras de la industria del entretenimiento, como Robin Williams.

Twitter: nombre de una red social que permite escribir y leer vía Internet mensajes, también conocidos como trinos, que no superan los 140 caracteres y que es utilizada por un expresidente para atacar sin pausa a su sucesor.

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Colofón: Se va a sentir la ausencia de Hernán Peláez, luego de tantos años al frente de La Luciérnaga, un programa que salió de la oscuridad para iluminarnos el dial. Pero con la simpatía y el talento de Gustavo Gómez los oyentes podemos confiar en que las tardes seguirán brillando.

Memorias decembrinas de un sacristán

Nunca he sido muy aficionado a las fiestas de diciembre, pese a que de muchacho —en compañía de mis tías y de mis hermanos— rezaba en casa la novena junto al pesebre, cantaba los villancicos y asistía a las celebraciones del caso en la iglesia de Lourdes, en Chapinero, antes de que me contrataran en Santa Teresa de Ávila, donde fui acólito y sacristán, a órdenes del padre Juan Miguel Huertas, un párroco que contrastaba su juventud y modernidad con un genio del demonio. Eso sí, se le abona que sus homilías eran breves; nunca superaban los siete minutos, récord del cual él mismo se ufanaba.

Pese a esa sobredosis de atrio, sacristía y campanario, no desarrollé un apego especial por estas fechas. Y algo similar me pasa con las de Semana Santa. Claro que mientras escribo esto, caigo en cuenta de que quizás mi apatía hacia esas celebraciones tiene que ver con el hecho de que en mis años de sacristán, mientras todos mis amigos se iban de vacaciones, yo tenía más trabajo que el resto del año.

En esa época, mientras todos mis amigos se iban de vacaciones, yo tenía más trabajo que el resto del año; lo que para la gente común era devoción, para mí era obligación.

No voy a negar que abrir las puertas de la iglesia media hora antes de cada misa, tocar las campanas cada 15 minutos, alistar los ornamentos, encender los cirios, hacer las lecturas, ayudarle al padre Huertas en la misa y sostener la patena en la comunión eran tareas que realizaba con gusto. Pero, sin duda, ese era el problema: lo que para la gente común era devoción, para mí era obligación: una rutina que se repetía todos los días a las cinco de la tarde, luego de regresar del colegio. Los sábados era igual y los domingos y días de fiesta religiosa la dosis se triplicaba: misa a las ocho de la mañana, misa a las doce del día y misa a las siete de la noche. Y como en Semana Santa y en Navidad los actos litúrgicos aumentaban en cantidad directamente proporcional al humo del incienso, el sacristán tenía oficio adicional. Y todo por los mismos trecientos pesitos, que era mi salario mensual.

Aparte de los ritos correspondientes a cada primer viernes de mes, que revestían una especial solemnidad, la monotonía de esos tiempos sólo se rompía con eventos imprevistos, como bautizos, matrimonios y entierros, en los cuales las actividades extras que tocaba realizar antes y después de cada ceremonia le imprimían un toque de variedad al asunto. Era conmovedor descubrir a una novia arreglada, medio escondida, a la espera del novio al que le cogió la tarde. Pero observarla luego, con su cara de reproche durante toda la misa, no dejaba de causarme gracia. También era simpático ver lo que ocurría con los preparativos de una familia acomodándose en torno a un bebé recién nacido, en una época en que una sesión de fotografía era un acto formal y las fotos eran para compartir con amigos en la casa y no con desconocidos en redes sociales.

Y de esos funerales me quedaron dos fijaciones que aún conservo. Una, la afición por el réquiem de Mozart, que no se interpretaba en la iglesia, pero que para mí siempre ha sido un sinónimo sublime de misa de difuntos; y la otra, la costumbre de mirar a mi alrededor en los entierros y hacerme la misma pregunta: ¿Quién será el próximo? ¿Acaso yo? Esto último es menos tremendista de lo que parece si recordamos —como acertadamente dice Juanes— que “la vida es un ratico”.

Así las cosas, hoy mis diciembres son como despertar a la hora del crepúsculo, cuando uno sabe que faltan unos minutos para que salga el sol y se ilusiona con la inminencia del nuevo día. Con la alegría adicional de que ya no toca trabajar en las misas de gallo.

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Colofón: Uno puede cambiar de religión, de familia, de sexo, de operador celular, de pareja, de casa o de nacionalidad; pero de equipo de fútbol, ¡jamás! Y los hinchas de Millos sabemos que vendrán tiempos mejores.

¿‘Todo vale’ en defensa de la democracia?

El informe del Comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos sobre las torturas practicadas por la CIA en su lucha contra el terrorismo, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, puso de nuevo en evidencia la polarización existente en ese país alrededor de la guerra contra el terrorismo.

En el documento se admite que los detenidos en prisiones manejadas por la CIA fueron sometidos a abusos físicos y psicológicos que supuestamente tenían como fin socavar su voluntad, pero que en varios casos terminaron en la muerte de los sospechosos, en medio de los interrogatorios. No repetiré aquí las atrocidades cometidas por contratistas o agentes de ese organismo de inteligencia, pero sin duda sobrepasaron los límites de la atrocidad y la barbarie.

En el informe de más de seis mil folios —del cual sólo se divulgó una mínima parte— figura una extensa lista de crímenes cometidos en nombre de la libertad, en defensa de la democracia, por agentes de un país que se arroga la potestad de repartir certificados de buena conducta e impone sanciones y embargos, dizque en defensa de los derechos humanos…

Para la mayoría de los demócratas —y algunos republicanos, hay que decirlo— estos hechos constituyen una vergüenza y no reflejan el espíritu de la democracia más madura e importante del mundo. Con el agravante de que no fueron de mayor utilidad a la hora de combatir a los enemigos de Estados Unidos. El propio Barack Obama hizo un mea culpa al referirse al tema. “Estos duros métodos no solo fueron inconsistentes con nuestros valores como nación, sino que no fueron de servicio a nuestros esfuerzos generales contra el terrorismo ni nuestros intereses de seguridad nacional”, dijo en un comunicado que contrasta con la reacción del expresidente George W. Bush y de su vicepresidente Dick Cheney, quienes han justificado la tortura como un arma legítima contra el terrorismo.

Cheney fue mucho más incisivo e incluso llegó más lejos al declarar en días pasados que los implicados en tales hechos “merecen muchos elogios”. “En lo que a mí respecta, deberían ser condecorados, no criticados”, dijo, desafiante, en unas declaraciones publicadas por The New York Times.

Es la validación del ‘todo vale’ que tanto daño causa en democracias maduras e incipientes; en naciones grandes y pequeñas; en países desarrollados y en repúblicas bananeras.

Pero si por allá llueve, por acá no escampa. La condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos contra el Estado colombiano por la desaparición de varios ciudadanos ocurrida tras la masacre del Palacio de Justicia, ha agitado otra vez el debate sobre la responsabilidad que le cabe al Estado en estos hechos.

En el fallo de 212 páginas la CIDH considera que se cometieron excesos por parte de la fuerza pública, al recuperar la sede de las altas cortes, tras el asalto perpetrado por el M-19. Uno de los casos más dramáticos de esa triste jornada es el del magistrado auxiliar del Consejo de Estado Carlos Horacio Urán, quien —tal y como consta en un video recuperado por Noticias Uno— salió con vida del edificio, pero luego, inexplicablemente, apareció muerto dentro de esas instalaciones con un tiro de gracia en la cabeza.

Aunque según muchos se hizo lo que se tenía que hacer, lo cierto es que la condena de la CIDH deja en claro que agentes del Estado incurrieron en delitos por los cuales deben responder ante la justicia; pues al poner en práctica semejantes procedimientos, ya no estaban “defendiendo la democracia, maestro”.

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Colofón: Algo muy repugnante o sombrío debe haber en los reglamentos de trabajo de entidades públicas y privadas en Colombia, pues cada vez que un sindicato anuncia una operación reglamento, todo el país tiembla.