Por Fernando Iriarte Guillén
Debo decir que soy muy afortunado. Hace ocho años que salí del closet y, desde entonces, no he recibido más que apoyo: mi familia, mis amigos, mis universidades, mis sitios de trabajos y todas las personas que rodean mi vida han sido una fuente de respeto y cariño. En ese sentido, repito, soy muy afortunado. Pero no se me olvida lo que es estar en el closet a los trece años. No se me olvida el miedo. El miedo desbordado nunca se me olvida.
Nunca se me habría ocurrido en mis años de adolescencia que estaría escribiendo estas palabras en Facebook, pero afortunadamente hoy en día tengo la fortaleza, el apoyo y el conocimiento para poder hacerlo, para compartir lo terrible que es crecer con miedo. Y hoy hablo por todos los jóvenes petrificados por el miedo. Porque yo sé lo que es que uno le griten maricón en el colegio, yo sé lo que es despertarse llorando rogándole a la vida que lo cambie, sé lo que se siente procurar hablar poquito para que la gente no se burle, pero sobretodo sé lo que es sentirse abandonado sin poder refugiarse en nadie porque nadie sabe lo que se siente por dentro. Y a mí, como a muchos, nos tocaba fingir que nada pasaba.
“Le pido a todo el mundo que piense el momento
en el que más asustado y abandonado se haya sentido;
y en lo que significa crecer con ese sentimiento
día tras día en una etapa de la vida…”
El Ministerio de Educación tiene que seguir en su campaña de eliminar la discriminación de los colegios. Una adolescencia atormentada es algo que nadie tiene por qué soportar. Hoy en día estoy en una posición que me permite aguantar (aunque me indigne) que haya sectores de la sociedad que me consideren inmoral e indigno, que se tenga que recurrir a estudios científicos para comprobar que soy un ser humano decente, que se hagan marchas y referendos para quitarme, y a muchos otros, derechos. Pero hace quince años, cuando me sentía más solo y confundido que nunca, ese tipo de discursos hicieron que pasara noches enteras desvelado sintiéndome como un enfermo.
Le pido a las personas que marchan en contra de las propuestas del ministerio que recapaciten. Por favor, hagan el esfuerzo de entender el daño tan tremendo que le están haciendo a los jóvenes que están en el closet. Esto no es un problema de los derechos de los colegios, es un problema de salud mental de los adolescentes. El caso de Sergio Urrego no es el único, cientos de jóvenes gays se suicidan cada año en el mundo y muchos otros desarrollan trastornos psiquiátricos y no pueden lograr su potencial.
Le pido a todo el mundo que piense el momento en el que más asustado y abandonado se haya sentido; y en lo que significa crecer con ese sentimiento día tras día en una etapa de la vida que es fundamental para el desarrollo de cada ser humano.
Los colegios tienen que entender que su labor es proteger a los estudiantes y no acorralarlos. Le pido a los que marcharon que ayuden a erradicar el miedo tan brutal que sentimos los homosexuales en el closet; porque sé que, si bien no son gays, pueden entender la desgracia que es vivir con ese sentimiento. Pueden entender lo que es ser un niño y pensar que no hay lugar para uno en el mundo.
Debo decir que soy muy afortunado, pero que hay miles de personas que no comparten mis privilegios y que están en riesgo de convertirse en víctimas de tragedias atroces si esta campaña de opresión contra los jóvenes continúa. No más maltrato contra los más vulnerables. No es justo que personas que hasta ahora empiezan a vivir tengan que tragarse solos tanto desprecio. Ellos, como todos, merecen que los traten como seres humanos y no como a depravados o delincuentes. A todos los niños hay que inculcarles el respeto por los demás. Es un principio básico de humanidad.