Muertos inocentes, conductores indolentes

Desde hace una semana, al conocer la noticia y todos los hechos relacionados con el accidente ocurrido en la calle 134 con Autopista Norte, en Bogotá, he experimentado una agitada mezcla de sentimientos; todos desagradables.

Por una parte, me da mucha tristeza que una familia, así de sopetón, haya sido borrada del mapa, justo en momentos en que trasladaban a uno de sus miembros a una cita médica. Es absurdo que en vísperas de la época más linda del año, cuando nos reunimos con los nuestros a destapar regalos, celebrar reencuentros, a hacer el balance del almanaque que termina y a compartir los sueños del nuevo año, semejante tragedia les hubiera costado la vida a don José del Carmen Moreno, a sus hijos César Augusto y María Marlén y a su yerno, Edilfonso Naranjo. Duele mucho ver cómo para sus parientes empezó teñido de luto y de angustia un mes que debía terminar en medio de fiestas y regocijo.

Por otro lado, me invade la ira al ver la reacción de Ernesto Manzanera, causante de este drama que sacudió a la comunidad. Desde el primer momento, este conductor —copiloto de Avianca— ha actuado de una manera no sólo irresponsable, sino indolente. Tras haber ocasionado tal desgracia, al embestir con su vehículo la camioneta en que viajaban los Moreno, el hombre dejó tirado su carro y se alejó del sitio de la colisión, sin hacer el menor esfuerzo por conocer la suerte de las personas a las que él mismo acababa de arrollar; sin intentar socorrer a ninguna de sus víctimas y sin mostrar un grado mínimo de compasión.

También he sentido una amargura infinita, causada por la ineficacia de las autoridades. Es inaceptable que la Policía y la Fiscalía se hubieran sentado a esperar que el prófugo se entregara voluntariamente, a pesar de que había escapado luego de ocasionar un desastre de tal magnitud. Si lo tenían identificado, ¿por qué no fueron a capturarlo y prefirieron esperar que el caballero se presentara muy campante dieciséis horas después de los hechos, cuando ya pa’qué? A esas alturas, los exámenes de Medicina Legal hacían difícil detectar cualquier rastro de licor u otra sustancia prohibida en su sangre.

Y esa amargura se me transformó en cólera el lunes, cuando supe que un juez —sin tener en cuenta que abandonar el lugar de un accidente es un agravante equivalente a conducir ebrio— decidió darle a semejante irresponsable el beneficio de casa por cárcel, aduciendo que no es un peligro para la sociedad. ¿Qué entenderán por peligro los jueces de garantías? ¿Será que para ellos una persona que conduce un vehículo a altísima velocidad, que propicia una espantosa estrellada en la que perecen cuatro personas y que luego huye de la escena, es un ciudadano ejemplar? Las calles de este país están repletas de gente que tiene detención domiciliaria y que, pese a no constituir “un peligro para la sociedad”, sigue haciendo de las suyas.

Al margen de todo lo anterior, yo quisiera saber con qué tranquilidad Ernesto Manzanera se va a comer su cena navideña, pensando que por su culpa se perdieron cuatro vidas. ¿Qué irá a sentir él la noche del 24 de diciembre, al abrazar a sus seres queridos, sabiendo que en ese momento, en otro extremo de la ciudad, los deudos de esa familia qué él destrozó lloran desconsolados? Que no me responda mí, sino a su conciencia.

Y lo peor es que el de Manzanera no será el último de estos casos; pese a la cacareada ley, promulgada hace un año exacto, que iba a endurecer el castigo a los conductores irresponsables.

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Colofón: Con Nairo Quintana y James Rodríguez, los colombianos sudamos, sufrimos y lloramos de emoción. Gracias a ellos y todos los deportistas que nos representan en el mundo, 2014 será un año inolvidable.

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