“Negociar como si no hubiera guerra”

Al margen de los hechos que llevaron a todo un general de la república como Rubén Darío Alzate a caer en las fauces de las Farc, es inevitable hacer ciertas consideraciones sobre un proceso de paz que ya cumple dos años y que hoy más que nunca parece estancado.

Según la encuesta de Ipsos Napoleón Franco que acaba de publicar la revista Semana, el optimismo de los colombianos sobre el proceso ha bajado en los últimos seis meses del 63% al 53%, mientras el pesimismo pasó del 33% al 42% en el mismo lapso. Si los integrantes de las Farc tuvieran un poco de sensatez deberían asumir estas cifras como una señal de que algo no está funcionando bien y de que ese escepticismo de la ciudadanía no es gratuito. Es más: si esa medición se hiciera hoy, después de haberse llevado al general Alzate, muy seguramente los pesimistas superarían por amplia diferencia a quienes aún conservan la esperanza de que el proceso va a salir adelante.

Lo ideal sería que no hubiera ningún militar en manos de las Farc; pero, como se ha repetido tanto en las últimas 72 horas, en la dinámica de nuestro conflicto interno armado, la captura de este oficial es una consecuencia previsible —aunque no deseable— de llevar a cabo una negociación en medio de la guerra.

Por eso sorprende que, súbitamente, Juan Manuel Santos haya resuelto suspender las negociaciones, si en más de una ocasión él mismo ha hecho suyas las palabras de Shimon Peres, quien ha aconsejado “hacer el proceso de paz como si no hubiera guerra y hacer la guerra como si no hubiera proceso de paz”. Adicionalmente, en el primer punto del ‘Acuerdo general para la terminación del conflicto’, que fue la génesis de todo el proceso, las partes se comprometieron a “iniciar conversaciones directas e ininterrumpidas sobre los puntos de la Agenda”.

Así las cosas, me pregunto si el Presidente actuó presionado por el aparato militar, o si la guerrilla habrá violado algún pacto secreto Gobierno–Farc para no meterse con los máximos comandantes de ninguno de los dos bandos. Recuerdo que Santos dijo que si supiera dónde estaba Timochenko lo pensaría dos veces antes de capturarlo.

Por otra parte, ¿cuántos guerrilleros han muerto en estos dos años? ¿Cuántos militares? No han sido pocos y, sin embargo, las negociaciones han continuado. Es más: en medio de las aproximaciones que se adelantaban antes del inicio formal de diálogos con esa guerrilla, el Ejército causó la muerte de su máximo dirigente, Alfonso Cano, pero se logró superar este escollo y el proceso siguió su curso.

Sin embargo, aunque técnicamente el rapto del general Alzate se enmarca en la lógica actual del conflicto (si es que la guerra obedece a alguna lógica), esta acción del frente 34 de las Farc no deja de ser torpe. No sólo por el hecho de que el infortunado episodio les da una justificación más a los buitres de la guerra —que suman ahora un nuevo argumento en contra del proceso de paz—, sino porque horadan aún más las ya exiguas expectativas ciudadanas sobre la salida negociada al conflicto.

Además, después de tanta generosidad de un presidente que le ha apostado casi todo su capital político a este proceso, es incomprensible que las Farc, en vez de ayudar a generar confianza alrededor de una reconciliación que muchos ven inalcanzable, pretendan apagar con gasolina las críticas de sus detractores.

En estas circunstancias, Santos debería ordenarle al Ejército endurecer al máximo la ofensiva contra las Farc y a los negociadores, reanudar de inmediato las conversaciones en La Habana.

Colofón: El ministro de Defensa debería explicarnos cómo hace el senador Álvaro Uribe para conocer las novedades militares antes que los funcionarios del gobierno.

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