A propósito de la caída del Muro

Aunque muchos militantes y simpatizantes de la izquierda más recalcitrante de Colombia parecen no haberse dado cuenta, el muro de Berlín cayó hace 25 años, al finalizar la tarde del 9 de noviembre de 1989, gracias a un afortunado error de Günter Schabowski, un dirigente de la República Democrática Alemana, que en una rueda de prensa transmitida en directo anunció que las medidas para permitir los viajes al exterior de los ciudadanos de la RDA entraban en vigencia de inmediato.

En realidad, el diligente burócrata se adelantó apenas unas horas, pues los permisos para salir del país solo con la cédula entrarían en vigencia a primera hora del día siguiente. Sin embargo, tan pronto como oyeron el anuncio por radio y televisión, miles de habitantes de Alemania Oriental se dirigieron a los puntos fronterizos y se encontraron con unos guardias —más que pasivos, permisivos— que esta vez no activaron las sirenas, ni hicieron uso de sus armas, ni ahucharon a sus perros para impedir el éxodo de sus compatriotas.

Pero la gran movilización se iniciaría al despuntar el 10 de noviembre, cuando las multitudes de ambos lados de la frontera se armaron de martillos, hachuelas y picas, para derribar el “muro de la vergüenza”, que los había separado durante 28 años.

Hasta hace poco más de un cuarto de siglo, para los mismos alemanes la liberación de las fronteras de la Alemania comunista era impensable y el derribamiento del Muro sólo cabía en la imaginación de algún autor de ciencia ficción.

La noticia de la caída del Muro se regó como pólvora por todo el planeta, incluido nuestro país. Aquel 9 de noviembre, en la sede del Instituto Goethe, en Bogotá, profesores y estudiantes, entre los cuales me contaba, no salíamos de la sorpresa. Era difícil dar crédito a los boletines radiales que daban cuenta de los históricos acontecimientos.

Muy conmovedor fue el testimonio de un hombre mayor, alemán él —cuyo rostro recuerdo, mas no su nombre—, quien nos contaba que en la mañana del 13 de agosto de 1961 tenía con un amigo una cita que no pudo cumplir, porque la ciudad había amanecido dividida en dos. “Finalmente lo volveré a ver”, decía entre sollozos de emoción.

Desde luego, estos hechos no se habrían desencadenado sin la apertura que, desde mediados de la década del 80, había implementado en la Unión Soviética su líder, Mijail Gorbachov, con las políticas de glasnost y perestroika, que se tradujo inicialmente en un reconocimiento de derechos civiles proscritos por décadas en los países de la Cortina de Hierro, y que luego ocasionaría el colapso del comunismo y la disolución de la propia URSS, sellada en diciembre de 1991. Fue el fin de la Guerra Fría.

Hasta hace poco más de un cuarto de siglo, para los mismos alemanes la liberación de las fronteras de la Alemania comunista era impensable y el derribamiento del Muro sólo cabía en la imaginación de algún autor de ciencia ficción. “Al respecto, los extranjeros eran más optimistas que nosotros, que habíamos crecido en un país dividido, acostumbrados al statu quo”, dice el embajador alemán en Bogotá, Günter Kniess. Y, al hacer un paralelo con la situación colombiana, agrega: “Muchos colombianos son escépticos con el proceso de paz; los alemanes también lo éramos acerca de la caída del Muro. Creo que en Colombia la solución tiene que ser negociada y pienso que van por buen camino”

Según el diplomático, la experiencia de Alemania no solo ha sido de reunificación, sino de reconciliación, y ha sido un proceso difícil, nada lineal, pero que en todo caso ha valido la pena. Y recoge las palabras de Willy Brandt —excanciller alemán y premio Nobel de Paz—, quien afirmaba: “La paz no lo es todo; pero sin paz todo lo demás no vale nada”.

Dicen que nadie escarmienta en cabeza ajena, pero qué interesantes suenan esas reflexiones en este momento de nuestra historia.

Colofón: Muy triste la noticia de la muerte de Diego Obregón, el mayor de los hijos del gran pintor Alejandro Obregón. Paz en su tumba y un abrazo cariñoso a su familia.

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