Muy útiles han resultado las columnas de Daniel Coronell para que algunos descubran el lado pacífico y hasta tolerante de Álvaro Uribe Vélez; esa actitud bonachona y generosa, que el exmandatario trata ahora de disimular con sus trinos y sus airados discursos en el Congreso de la República.
Gracias a los más recientes artículos publicados en Semana, tenemos ahora una visión mucho más completa de ese hombre de guerra que también ha querido ser un forjador de paz, propósito que no le es ajeno y por el que ha trabajado de diversas formas y en distintos frentes el inagotable senador.
En las notas en las cuales Coronell revela que en 2006 Uribe no sólo se reunió con el abogado Henry Acosta –emisario de ‘Pablo Catatumbo’– sino que además “le ofreció a las FARC la posibilidad de desmilitarizar un área, de discutir con esa guerrilla la aplicación de la extradición si había proceso de paz, y efectuar un cese bilateral del fuego” queda claro que el hombre de la mano firme, en efecto tenía un corazón grande; cosa que ahora parece avergonzarlo.
En un país azotado por un conflicto armado de más de medio siglo, el doctor Uribe y su cohorte deberían saber que haber tratado de propiciar acercamientos con la insurgencia para buscar una paz negociada no es sinónimo de debilidad, ni implica una “claudicación del Estado frente a la subversión”. Así su gobierno haya ofrecido desmilitarizar una zona del territorio nacional, para facilitar un eventual encuentro con algún comandante guerrillero.
Quienes esperamos que nuestros hijos tengan un país más amable para vivir creemos que por muy cara que sea la paz, siempre va a ser más barata que la guerra.
Por otra parte, el hecho de haber desembolsado más de 1,500 millones de pesos para invertir en zonas de influencia de las FARC y ambientar un posible diálogo, tampoco podría convertir a Uribe en un “presidente derrochón”. En ese momento era un gasto necesario, por el cual nadie debería hacerle reproches ni reclamos al expresidente ni a su comisionado de paz. Quienes esperamos que nuestros hijos tengan un país más amable para vivir creemos que por muy cara que sea la paz, siempre va a ser más barata que la guerra.
Aunque muchos se hayan sorprendido con las revelaciones de Daniel, lo cierto es que no muestran a un Uribe nuevo, sino que desempolvan esa actitud conciliadora que lo caracterizó en el pasado y que ya había quedado manifiesta a finales de 1992, cuando quiso ser mediador para que el prófugo Pablo Escobar se entregara a las autoridades (El Tiempo, 16 de enero de 1993).
En diciembre de dicho año, el senador Uribe propuso establecer contacto con la madre o un familiar de Pablo Escobar para “proceder a buscar un mecanismo que le ofreciera la seguridad requerida para someterse a las autoridades”. Esta iniciativa derivó en una reunión de Uribe con María Victoria Henao, esposa del narcotraficante, a la que también asistieron Álvaro Villegas Moreno y el Procurador Regional de Antioquia, Iván Velásquez. (Sí, señores: el mismo Iván Velásquez que luego fue magistrado auxiliar de la Corte Suprema de Justicia).
Y aunque dicho encuentro se realizó sin autorización del presidente Gaviria, sino “por iniciativa propia, sin previa consulta con el Gobierno nacional”, de ninguna manera podría calificarse al entonces senador como “aliado del terrorismo”. Según él, su propósito en esa época, al igual que en su dilatado mandato presidencial, era buscar la concordia entre los colombianos. Y –como decía el presidente Laureano Gómez– “a la gente hay que creerle”.
“Pienso que la búsqueda de la paz, del restablecimiento del orden público y de la eficacia de la justicia es un deber ineludible de la dirigencia política”, decía hace 21 años el senador Uribe. Y a fe que lo ha practicado dentro y fuera del gobierno.
Colofón. Curitiba, ciudad brasileña de donde Peñalosa trasplantó el sistema Transmilenio, ya está pensando en la construcción del Metro. Y eso que tiene apenas una cuarta parte de la población de Bogotá.