Como yo sí creo en la campaña ‘Soy Capaz’, promovida por la Andi y un vasto sector de empresas, en un creativo y sentido llamado a la reconciliación, he decidido sumarme a esta noble iniciativa para tenderle la mano a un personaje de la política nacional con el que casi nunca comulgo, pero al cual quiero ver con otros ojos. O con otras gafas, mejor dicho.
Yo soy capaz, por consiguiente, de creer que el prestigioso jurista Alejandro Ordóñez ejerce sus funciones basado en los artículos de la Carta Fundamental y no apegado a los versículos de la Biblia, y de pensar que, en cumplimiento de su deber, este funcionario intachable desliga sus firmes creencias católicas de sus actuaciones constitucionales.
Yo soy capaz de hacer de cuenta que en su misión de “proteger los derechos humanos y asegurar su efectividad” el piadoso Procurador General de la Nación condena sin dobleces el matoneo docente del cual fue víctima, por el simple hecho de ser gay, el joven Sergio Urrego en el Gimnasio Castillo Campestre, en Tenjo, Cundinamarca, quien se suicidó el mes pasado en un centro comercial.
Yo soy capaz de imaginar otro Ordóñez y de creer que don Alejandro, en vez de predicador, puede ser procurador.
Yo soy capaz de dejar a un lado la malicia que me hacía creer que el matrimonio de su hija Nathalia había sido un evento más político que religioso, y de pensar que la pompa y el boato de la ceremonia se contradecían con la sencillez y la humildad cristianas.
Yo soy capaz de suponer que el bonachón Ordóñez no es un aficionado a las corridas de toros; que no acepta, promueve ni apoya ninguna justificación para torturar y dar muerte a un animal que en su medio natural es un ser manso, ajeno a la violencia y desprovisto de esa intención de lastimar a hombre alguno; que no asiste a las plazas y que no saca pecho cuando un matador le dedica una faena.
Yo soy capaz de evitar las suspicacias que me llevaban a creer que don Alejandro actuaba con intenciones políticas, anulando a punta de sanciones disciplinarias a sus potenciales oponentes en una eventual candidatura presidencial. Es más: puedo alejar de mi retorcida imaginación la idea de que el señor Procurador tiene aspiraciones políticas.
Yo soy capaz de creer que, al actuar “en defensa del orden jurídico, del patrimonio público, o de los derechos y garantías fundamentales”, su excelencia Alejandro Ordóñez se separa de sus convicciones personales y deja de condenar la dosis mínima y de desvirtuar el debate sobre la despenalización de la droga.
Yo soy capaz de asumir por un momento que, al “vigilar el cumplimiento de la Constitución, las leyes y las decisiones judiciales”, el jefe del Ministerio Público no sigue boicoteando cada vez que puede al derecho al aborto, establecido en nuestro ordenamiento legal en tres casos específicos: riesgo de muerte de la madre, malformación del feto y cuando el embarazo es consecuencia de una violación.
Yo soy capaz de reconocer que el presidente Juan Manuel Santos, con su conocida astucia, evaluó con sumo cuidado y calculó al milímetro las implicaciones que para las políticas clave de su gobierno podría tener el guiño que le dio a la reelección del ilustre Alejandro Ordóñez.
Yo soy capaz de concluir que los palos que el señor Procurador atraviesa en las ruedas del proceso de paz no tienen ninguna relación con su estrecha amistad con ‘el innombrable’ y el exministro Fernando Londoño Hoyos –críticos acérrimos de los acercamientos con las Farc–, ni son producto de sus frecuentes y plácidas sentadas a manteles.
Yo soy capaz, en fin, de imaginar otro Ordóñez y de creer que don Alejandro, en vez de predicador, puede ser procurador.
Colofón. “Van a existir noticias pronto” sobre el ‘carrusel de la salud’, me dijo en una entrevista el doctor Eduardo Montealegre, en julio de 2012. ¿Qué entenderá por prontitud el señor Fiscal?
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