Para quienes trabajamos en la revista Semana hoy es un día triste, doloroso, negro. Uno de esos días que temíamos que iba a llegar, pero para el cual nunca íbamos a estar preparados. Este miércoles, al filo del mediodía, falleció en Bogotá Myreya Durán, quien fue durante 27 años la secretaria de Felipe López y de la presidencia de Publicaciones Semana. Myreyita –como le dijimos siempre– era el alma no sólo del quinto piso, sino de todo el edificio ubicado a media cuadra del Parque de la 93, donde funciona esta casa editorial.
Como buena santandereana, Myreyita era sincera, muy directa, y no se ponía con rodeos a la hora de los amores ni de los disgustos. Llamaba al pan, pan, y al vino, vino, y desde que uno la saludaba era fácil adivinar en qué actitud se encontraba: si estaba molesta, contenta, fatigada, aburrida…
Y era igual con todo el mundo: con los que trabajábamos con ella, con los periodistas de otros medios, con los políticos o los empresarios a quienes tenía que poner en contacto con Felipe López, con los familiares y amigos de su jefe; con todos. No tenía dobleces.
Su temperamento no le restaba simpatía y casi siempre estaba dispuesta a entablar conversación con todo el que atravesara la puerta de vidrio de su despacho. Eso sí, siempre y cuando Felipe no la requiriera para alguna tarea.
Aunque vivía y trabajaba muy cerca de influyentes personajes, jamás abusó de su poder, ni de su proximidad con uno de los periodistas más importantes del país. Tampoco se aprovechó de su cargo para ningunear a los demás, ni para darse ínfulas de dueña. Por el contrario: su modestia y su sencillez sólo eran comparables con su discreción.
Myreyita se desvivía por su familia y cada vez que podía viajaba a Santander a visitarla. Antes de llegar a Semana, estuvo fugazmente casada en Londres con un paisa y no tuvo hijos, pero se derretía con los niños de sus hermanos, de sus compañeros y, por supuesto, con la hija y nietos de su jefe.
Myreyita vio nacer y crecer a Sofía, mi hija, y con frecuencia me pedía que la llevara a visitarla, cosa que hice en innumerables oportunidades. La última vez que ellas se vieron fue hace pocos meses, a mediados de este año, sin sospechar, desde luego, que no habría una próxima ocasión.
En las últimas semanas, de manera fulminante, un cáncer óseo la doblegó y finalmente nos la arrebató. Y aunque esperábamos este trágico desenlace, la confirmación de la noticia nos deja totalmente desolados.
Sin duda, la ausencia definitiva de Myreyita ensombrece este final de año en Semana, pero su recuerdo y su sonrisa nos iluminarán siempre. Descanse en paz.
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Antes de cerrar esta página dedicada a Myreyita, y a manera de semblanza, les comparto unas notas escritas hace tres años, que quedaron consignadas en el libro Una semana de quince años.
Para llegar adonde Felipe López, es necesario pasar por una antesala amable pero celosamente resguardada por Myreya Durán, su secretaria de casi toda la vida, una santandereana de armas tomar, a la que no le tiembla el pulso para filtrar las visitas que pretendan importunar al doctor, pero que con igual firmeza es capaz de plantársele a su jefe cuando a éste le dan sus pataletas, que no han sido pocas. “Myreya nunca me ha sacado de casillas, pero yo a ella sí más de una vez”, admite Felipe, quien subraya la calma que caracteriza a su cercana colaboradora.
En una oportunidad, en medio de un altercado, y con Felipe vociferando como un loco, Myreyita acudió a la sabiduría mockusiana y le desocupó un vaso de agua fría en la cara, cosa que sorprendió a Felipe, pero que le devolvió la cordura.
En cualquier otra circunstancia semejante insolencia hubiera puesto a la fiel secretaria de patitas en la calle. Sin embargo, en el caso de Myreyita esto es poco menos que un imposible, pues ella es imprescindible no sólo en los asuntos de trabajo de Felipe, sino también en su vida cotidiana.
Esa dependencia ha quedado de manifiesto en incontables oportunidades, pero una de las más memorables ocurrió en un viaje de Felipe a Nueva York, cuando telefoneó a Myreyita para pedirle que llamara al mismísimo hotel donde él se hospedaba y pidiera que le llevaran algo de comer al cuarto, puesto que no había sido capaz de comunicarse con la recepción.
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Desde su oficina en Bogotá, Felipe López suele pedirle a Myreya que lo comunique con cualquier personaje que surja en una conversación, tarea que su secretaria cumple cabalmente en cuestión de segundos, pues para ella no hay persona imposible de localizar, gracias al completo directorio que ha ido construyendo a lo largo de casi tres décadas hablando con las personas más influyentes del país en todas los campos. Con la misma facilidad que llama a un político o a un banquero, encuentra a un actor o a un plomero; y en todos los casos siempre dice: “Mi jefe le quiere hablar, ¿se lo puedo pasar?”.
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Myreya llegó a Semana en 1985, cuando la Revista tenía su sede en una vieja casa, ubicada en la calle 85 con carrera 11. Estaba recién desempacada de Europa, de donde había regresado tras cinco años en Londres y uno más en Madrid. A la capital británica se fue con un contrato de trabajo para cuidar niños, oficio que sólo soportó durante un año, al cabo del cual descubrió que esa tarea requería de una paciencia que ella no tenía.
Allá se enamoró de un paisa, con quien contrajo matrimonio civil y en compañía del cual ejerció diversas actividades para ganarse la vida. Durante unos meses, incluso, tuvieron un rumbeadero clandestino, que funcionó hasta que Scotland Yard los descubrió y en un allanamiento los dejaron sin una gota de licor. Por fortuna para Myreya, su marido y su clientela, los bobbies se conformaron con llevarse el trago y los discos, pero no emprendieron ninguna acción legal en su contra.
En otra ocasión, en cambio, fue sorprendida colándose en el metro de Londres, motivo por el cual tuvo que comparecer ante una corte, para responder por el cargo de “robo a la Corona”. Para evitar que la deportaran, se tuvo que declarar culpable —recuerda Myreya— y le tocó pagar una multa de 60 libras esterlinas de la época, suma que le representaba una fortuna, y que hubo de cancelar en cómodas cuotas mensuales de 5 libras o algo parecido.
Solidaridad en estos momentos.
Vladdo: Palabras fraternas pertinentes.
Muy triste, de verdad. Para todos los que trabajan o trabajamos en Semana, Myreyita será sin duda un muy grato recuerdo.
Dios la tenga en su gloria y todos la vamos a recordar como la persona a agradable, sincera y templada que siempre fue.
Paz en su tumba.
Sin Palabras, Mireyita siempre estaras en nuestros ocrazones, gracias por todo el cariño y apoyo que me nos diste. Dios te tenga en su gloria