[NOTA: Cualquier parecido con la historia de algún expresidente
gringo o colombiano, publicada en Internet, no es mera coincidencia]
En una conferencia en un colegio, un expresidente llamado cariñosamente ‘El Cínico’ –rodeado de guardaespaldas y tras un interminable discurso sobre las virtudes de la seguridad democrática– abrió la sesión de preguntas.
Un niño de la última fila, flaquito, trigueño, de gafas, levanta la mano y dice:
Mi nombre es Jaime; le tengo tres preguntas:
—¿Por qué cambió la Constitución a punta de trampa para hacerse reelegir?
—¿Por qué no ha mostrado sus declaraciones de renta, ni las de sus hijos?
—¿Por qué no ha respondido por los falsos positivos?
Cuando el expresidente se disponía a contestar, sonó el timbre del recreo y, por razones de seguridad, todos los niños salieron del salón.
Al regreso, El Cínico les da de nuevo la bienvenida y les dice:
Hijos, sigamos el diálogo. Yo no tengo nada que ocultar.
Levante la mano el que tenga alguna inquietud…
Entonces otro niño pidió la palabra:
Me llamo Daniel, y quisiera hacer las tres preguntas anteriores, más otras dos:
—¿Por qué sonó el timbre del recreo 20 minutos antes de lo normal?
—Y, la más importante, ¿dónde está Jaime?
Valiente
Dios mio, porque no leí antes a Vladdo!
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia